Imagen: Zina Nedelcheva |
Llovía dentro y fuera de las casas
y llegué a carne por primera vez,
mezclando oleaje, escaleras, uñas
y corta edad de la pierna.
Era esta espalda sin nombre de país,
esta sien de melancólico izquierdo,
un logro en la prisa de la pestaña
y pequeño día a juego.
Nací en el inicio de agosto,
con algunas calles de piedra
y racimos de aire en un balcón.
Coleccionaba ya entonces postales de extravío,
filatelia de caballos, zapatos de crueles tallas,
y a escondidas, leía los números del mar.
Nací en el inicio de algún agosto aficionado al árbol,
y conseguí llorar con una contabilidad
de ramas saladas y diestras.
Era el primer día de mi cuerpo, desorganizado de las aves.
Era el último de los días en que se desperezaba la aurora...
Ahora esto es un romperse en la cavidad del silencio
dentro de un círculo cerrado,
tanto como el huracán de ausencias
que desangro,
este renacerme, y llegué a carne por primera vez,
mezclando oleaje, escaleras, uñas
y corta edad de la pierna.
Era esta espalda sin nombre de país,
esta sien de melancólico izquierdo,
un logro en la prisa de la pestaña
y pequeño día a juego.
Nací en el inicio de agosto,
con algunas calles de piedra
y racimos de aire en un balcón.
Coleccionaba ya entonces postales de extravío,
filatelia de caballos, zapatos de crueles tallas,
y a escondidas, leía los números del mar.
Nací en el inicio de algún agosto aficionado al árbol,
y conseguí llorar con una contabilidad
de ramas saladas y diestras.
Era el primer día de mi cuerpo, desorganizado de las aves.
Era el último de los días en que se desperezaba la aurora...
Ahora esto es un romperse en la cavidad del silencio
dentro de un círculo cerrado,
tanto como el huracán de ausencias
que desangro,
es esta liturgia de palabras...
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