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16 ene 2013

EL LAMENTO ENTERRADO

                                          
  Me iría a dormir pero para qué si casi no tengo cuerpo. ¿De qué oficios descansaría? ¿Entre qué desgastes subiría la noche? ¿Amanecería después? No hay última luz en la soledad, todas pueden estar encendidas. O ser el pensamiento los pasos torpes en una casa a oscuras. O la vigilia una fórmula tortuosa de la quietud.
  Lloro con las entrañas apretadas para romper contra ellas el espanto. Lloro jadeando contra el aire y lloro con una vena de la frente donde un río desborda su cauce. Lloro toda la muerte que arrecia y nadie lo sabe. Nadie sabe cómo lloro. Nadie sabe que así sobrevivo a la ausencia de las cosas. Sobrevivo llorando ser una cosa más, inadecuada. Como ese vestido que alguna vez usé para alguien y ahora está enterrado en una caja, enterrada en una baulera, enterrada en un depósito donde quedé yo. Enterrada.
  Y esa parte enterrada que me queda mal, que cualquiera puede ver incómoda, desparramada en mis ojeras, en la película ocre que me nubla los ojos, esa parte habla a través de mí, me calla el deseo, me quita del universo. Funda un otoño detrás de las puertas de la piel, en clausura. Y voy con eso que me tironea la risa y pone un olor a fiesta de provincia en mis manos. Voy a sentarme cerca del lugar donde me senté ayer.
  Me iría a dormir pero de hacerlo podría sin querer darle sueños a la parte enterrada y al despertar tendría que responder ante ese pellizco de vida por la imposibilidad de dar más. Hoy no duermo, me reparto en un diálogo con nadie hecho del fantasma de dos.

Obra: Agim Sulaj.

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