De tan diáfano, ese día parecía despertar más temprano. En pocas horas, ese mismo sol hará arder las piedras de los caminos. Su calor se quedará todo su tiempo, no más, no menos. Luego la noche llegará para enfriarlo. Todo tiene su tiempo, así está escrito en el aire. Las aguas no cortan camino, siguen siempre su cauce. Como las mareas en el mar, las aguas tienen su turno. Solo el hombre sabe apurar las quietudes, desafinar los silencios y embalsamar las esperas. El apuro suele ser una ciencia tan negra como lo es el odio. El atardecer de un infinito naranja llega también a su tiempo, surgido de un horizonte que se junta con el cielo en no sé dónde. Todo esto ha ocurrido a horario y en medio de una desolación maravillosa, solo interrumpida por algún mordisco del viento.
Y nosotros apurando al destino. Ignorando que siempre se necesitarán dos besos para tapar una mirada…
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