Yo la veo tiritando entre las arrugas que no son del gesto, en las inclemencias que salpica el bioma más atroz, lleno de humanos.
Algunos aun creen que basta con saber prender la luz, rascarse en secreto las dudas y nombrar familia a los primeros que ató la sangre. Que basta con hacer de todos los días el mismo día.
Y no la ven penetrando en su piel, no la ven comiéndoles la sombra breve. Entienden que apunta a los otros distantes. Pero no es necesario salir a la calle universal del miedo y el hambre para olerla. Allí, señor, bajo su sombrero. Aquí, amigo, cuando mides el precio de los anillos que no tienen mis manos.
La muerte padece de insomnio y las tantas miradas huecas desollan ovejas para que nunca pueda contarlas.
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