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23 ene 2012

LA CULPA ES DEL TESTIGO


Pasillo. Vía circulatoria de la pensión. Lugar de nadie. El escenario de elección para saciar el hambre de ese día.

Después de la rutina contenedora de la jornada, Sonia solía buscar espacios propicios para domesticar las horas vacías de la tarde. Como quien caza mariposas con un zapato.

Ganas insistidas de llevarse algo. La vida de otros, al modo de un souvenir, que ella recogería desde la distancia para olvidar la suya.

Estuvo unos minutos eternos, agazapada, expectante. Rogando a las puertas que se abrieran. La respiración entrecortada, los ojos enormes, ávidos, recibieron su regalo.

Una pareja, aún joven, salió de la habitación más alejada y en las variaciones del tono de un diálogo que acaba en reclamo, atravesó con gritos amordazados el encuentro, la convivencia, la asfixia, la decepción.

Después, derramaron el deseo y la necesidad. Incluso el olvido.

Luego, se marcharon a su gesta cotidiana sin testigos.

Sonia fue la cronista muda de un espectáculo ajeno. Caminando despacio, acunó en su morral nuevas sombras robadas. Tesoro para su colección.

Una lágrima más, de las que acostumbraba portar, la esperó en la esquina. Su cómplice, la soledad, apuntándole la sien, le murmuró: la vida o la vida.

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