Las Puntas del Clavo
Un grupo literario. Un ciclo de literatura escénica. Y este manojito de textos de autores del grupo y otros que recomendamos.
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20 abr 2019
14 oct 2017
Hexagrama
Armanda Passos |
Mujer
que calma los nervios.
Agua
loca sobre tierra.
Amor
fuego sobre agua furia.
Una
mujer se va.
Su
hijo.
Seis
dibujos sabios.
Equilibrio.
Hoy
los dioses vuelven a pelearse
nerviosos.
Nadie
entiende de diagramas.
Que
tierra arrasada trae agua furia.
Que
bosque muerto trae fuego hambre.
Que
fuego cielo trae hielo agua.
Que
frío nieve.
Que
tierra pobre.
Que
lengua seca.
Que
niños.
Otra
mujer para salvarnos.
Silenciar
de nuevo ese tambor.
UNIDAD DE TRASLADO
Estoy
en la ambulancia. Hoy me sacaron temprano del colegio. Me fue a buscar mi
hermano y me dijo mamá está enferma, se fue al médico. Ahora estoy en la ambulancia.
Mi hermano tuvo que retirarme antes de la escuela, cuando estábamos en la clase
de lengua y la señorita nos leía Zapatero a tus zapatos. Entró en plena clase
la directora. Tenía la cara descolocada. Dijo señor Ontivero... perdón, el
alumno Ontivero tiene que venir a dirección. No, no. Que lleve los útiles. No
había hecho nada malo. Ni tampoco me había interesado en la pelea que habían
tenido los chicos en el recreo. La señorita Gabriela me apoyó la mano en el
hombro. El peso de la mano era proporcional al que se da en un consuelo ante lo
irreparable. Ahí entendí todo. Tenía que estar en la ambulancia. Caminamos por
el pasillo largo de la escuela. Los de primer grado jugaban con la maestra de
música. Caminé con el peso de la mano de la señorita Gabriela sobre el hombro.
En la puerta de la dirección estaba mi hermano. Pensé en todo. También pensé en
nada. Me dejé llevar como se dejan llevar los personajes de Faulkner. En
Mientras agonizo o en El sonido y la furia. Mi hermano me recibe. Salimos de la
escuela y caminamos a casa. A las dos cuadras, en medio de la plaza, me dice
mamá está enferma, tuvo que ir al médico. Lo miro y entiendo todo. Él no me
mira. Fuma. Su voz es más pesada que la mano de la señorita Gabriela. Llegamos
a casa y no hay nadie. Hasta ayer llegaba a casa, como todos los días después
de la escuela, y todos me esperaban para comer. Nos sentábamos los cinco a la
mesa y después mirábamos tele. Pero ahora no hay nadie. Por eso estoy en la
ambulancia con mamá. Nadie quiere decirme nada. Al mediodía me dicen Juan andá
a comer a la casa de Hilda. Veo a mi papá llorando en medio de la calle. Habla
con un médico y llora. ¿Por qué papá no fue a trabajar? El médico mueve las
manos que caen sobre el aire como los brazos de la señorita cuando quiere que
nos callemos. Me quedo detrás de la puerta. Veo llorar a papá. Sube a la
ambulancia y se va. Él, el médico, el chofer de la ambulancia y lo que sea que
fuere que haya ahí dentro. No puedo comer. Mis vecinos me dicen comé Juan que
está rico. Hay un tono oscuro en la mesa. Espero que todos terminen de comer,
cruzo la calle hasta casa y veo como en una foto vieja a mi hermano, tirado
contra la pared. La cara tapada. Ahí entendí todo. Pienso, sí, pienso que
merezco saber qué pasa, por eso pregunto. Nadie responde. El paso de la tarde
es algo que nunca recordé. Tal vez porque no haya pasado nada. Tal vez porque
esa nada era la que amortiguaría el peso de lo que me dirían al otro día. Juan,
tu mamá se fue al cielo. Esa noche, antes de saber que mamá se había ido al
cielo, me mandaron a dormir a casa de mi mejor amiga, Natalia. Tampoco comí en
su casa pero sí intenté escaparme a la hora de dormir. Eran las tres de la
mañana y no podía dormir. Tenía todas las preguntas. Tomé la precaución de
verificar que todos durmieran. Era el 14 de marzo de 1996. Salí de la
habitación de mi mejor amiga y fui hasta casa. Estaba a 40 metros de distancia.
Me escondí detrás de las plantas y vi cómo papá lloraba. Mis hermanos lloraban.
Los vecinos lloraban. Era una atmósfera oscura. Cuando descubrieron que me
había escapado me llevaron de nuevo a la casa. Ahí entendí todo. La mamá de mi
mejor amiga me dijo querés dormir con Natalia. Sí, le dije. Ya no aguantaba las
ganas de llorar. Porque ya había entendido todo. Esa noche con Natalia miramos
los Caballeros del Zodiaco. Natalia y yo teníamos 9 años. Desde ese día odié
los Caballeros del Zodiaco. También odié el cuento Zapatero a tus zapatos.
Arranqué la hoja del manual de lengua. La tiré al patio. Más tarde la prendí
fuego. Pero eso fue cuando tenía 16 años. Dormí dos horas. Durante la mañana ya
casi no tenía recuerdos de nada. Ese espacio vacío en la memoria se había
abierto para esperar ese Juan, tu mamá se fue al cielo. Juan, tu mamá murió,
Juan, estás solo para siempre. Me lo dije. Me lo dijeron en el cuarto de Hilda.
Enseguida comenzó a llover. Una llovizna eterna. Eran las diez de la mañana o
casi las diez. Las diez menos diez. Yo ya me había resignado. Ya esperaba
cualquier cosa. Ya había entendido todo. Por eso pedí que me dejaran ir en la
ambulancia con mamá. Ahora entiendo todo. Mamá murió el 15 de marzo de 1996.
Nunca supe bien la causa. Aneurisma, me dijeron. Una malformación arterial.
Ahora la veo ahí, muerta. La mañana anterior me había saludado desde la puerta
del jardín delantero, como todos los días, y ahora está ahí, en ese cajón. Y
encima hay tanta gente en la sala velatoria. Casi no se puede respirar. El
monopolio del llanto es mío. Hace poco fui a prenderle dos velas. El viento
intenso las apagó. Entonces las dejé ahí con la ilusión de que ella entienda
todo y pueda encenderlas. A pesar del viento.
Anna Lervig |
(penates)
Este hombrecito
tallado sobre madera dura
es mi padre.
Los ojos, que son puntos
hundidos en un semblante tosco
parecen brillar de todos modos.
Más atrás, mis hermanos
trazados en un material noble
se pueden distinguir por la estatura
y aquello que
mirado desde cerca
podría decirse que son gestos
o actitudes.
Mi madre, en cambio, está fuera del círculo
pero no es una
sino dos sombras distintas:
una ampara y vigila.
La otra no.
Un gesto de borramiento
Como toda derrota, la angustia es muda:
porque enreda el paso del tiempo. A eso le llaman también nudo en la garganta. No
hay causa reconocible de este nudo, sólo efectos. Corrijo: sólo una frontera en
el espacio-tiempo, flujos turbulentos, entrecortados. Entre cortados. Se corta
la respiración o el corazón se sacude. Se ha roto. Entonces corta. Sensación de ahogo o falta de aliento. Atragantarse.
Malestar torácico. El mar visible en las piernas. El agua hormiguea. El
cuerpo es sólo una serie de pistas dispersas, sin sentido. Un conjunto que se
va vaciando poco a poco en síntomas. Fragmentos desordenados. Corrijo: añicos.
Corrijo: borramientos.
.
Mientras los cortes me fueron borrando
el cuerpo, recordé, recobré, algunas pocas palabras que sostuvieron mis ojos,
labios y faringe en el mismo lugar. En ese lugar. Hay cosas, estoy segura, que
no se pueden contar con palabras. Nací tímida. Con una capacidad congénita para
ver nada en colores. En los límites todo se torna invisible. Hay cosas que sólo
suceden entre el blanco y el negro y muy pocos pueden verlas.
La gente suele decir que las cosas no
son sólo o blanco o negro. No estoy segura. El blanco y el negro no son más que
problemas de luz, de totalidad o ausencia de luz. O al menos eso aprendí en la
escuela de arte. No importa. Las cosas que no alcanzamos a ver no se ocultan en
mezclas grisáceas ni en el blanco ni en el negro sino en la delgada línea que
separa esas dos tonalidades. Hay cosas, estoy segura, que no se pueden ver. En
los límites todo se torna invisible. Un horizonte de no retorno. Un gesto de
borramiento. Siempre cayó más nieve de la que fui capaz de derretir. Me propuse
llegar al paroxismo de las cosas. Pero justo antes de empezar, justo allí,
antes de ser ráfaga, ser sospecha, aprender cómo es eso de la invisibilidad.
.
No
duran mucho pero son tan intensos que la persona afectada los percibe como muy
prolongados. El individuo siente que está en peligro de muerte inminente y
tiene una necesidad imperativa de escapar de un lugar o de una situación
temida. El hecho de no poder escapar físicamente de la situación de miedo
extremo en que se encuentra el afectado, acentúa de sobremanera los síntomas de
pánico.
.
Algo así pasó con nosotros: una ilusión
óptica, un misterio inexplicable de la materia. Lo último que me dijo fue:
-Algo se rompió, no sé exactamente qué,
pero ya no podemos seguir juntos.
.
Julio Pomar |
Quería llegar al paroxismo de las
cosas. Ese predio lindero de 6,2 hectáreas. Esa zona geográfica. Esa isla. De hombres
inmóviles que miran muros demasiado visibles. Demasiado cerca que se amurallan.
Los muros de un Instituto de Sanidad Mental. Todo menos sano, todo menos mental.
Es ausencia. Aguda.
Nombre
y fecha de nacimiento. Nacionalidad.
¿Mexicana?
Número
de pasaporte.
Soltera,
¿no?
Sigue
después del último. ¿Y quién
es el último, señor?
Pregunte
al final de la fila.
Esa otra cosa que nunca alcancé a ver.
Que se ha borrado.
Había una pared blanca. El mundo está
lleno de paredes blancas. Pero esta tenía líneas de espalda e indecisiones.
Algunos debilitamientos también pude leer: ese recorrido que de espera ¿Quién es el último? Líneas siempre
hacia abajo. Líneas de camperas azules, de algodón, de plumas de ganso de Balvanera,
de lana, de gabardina. Camperas rojas que marcan líneas negras. Hacia abajo. Hay
cosas, estoy segura, que no se podían ver. En los límites todo se torna
invisible. Sin embargo, esa líneas, son un horizonte de no retorno. Corrijo: un
gesto de borramiento. Hacia abajo. Donde todo lo que languidece.
Había un Bar en la entrada. Un café.
Cortado. Tenía que ponerme a hacer algo. Mandar algo al nudo. Lo que fuera. Era
eso o volverme loca: fatiga que no le deseo a nadie.
Pasillos como túneles que son también las
faringes donde habita, naturalmente, lo irreversible. Igualmente se sostienen
por cuerdas. Las cuerdas que el hombre pierde, en 53 años de cordura. Y por
llorar a una mujer. Y eso es el nudo: llorar. Agudamente, porque algo se rompe.
No sé exactamente qué. Como toda derrota, la angustia es muda.
¿Quién
es el último? Al
terminar el café, me quedé nuevamente frente a esas líneas de la pared. Algunas
eran más gruesas que mi dedo meñique. Otras mucho más angostas. Recorrí con el
índice, imaginariamente, una de su exacto espesor. La borré. No había mucho que
pensar. Solamente tenía que rellenar una forma dada sin salirme del contorno;
era un pasatiempo de señora jubilada, pero implicaba un grado de concentración
casi zen que podía ayudarme a matar el tiempo. ¿Quién es el último? El señor de la campera de jean. Para olvidar
a alguien, hay que volverse extremadamente metódico. El desamor es una especie
de enfermedad que nada más puede combatirse con rutina. Yo soy la última.
.
Pizza,
pizza, de tomate y aceitunas, de queso y mozzarella. Pizza, pizza, rebanadas o
entera, pizza, en promoción, la pizza, recién hecha, en rebanadas, de tomate y
aceitunas, en promoción, dos por veinte, una por diez. Promoción, dos por
veinte, una por diez, de aceitunas y tomate, de queso y mozzarella. Dos por
veinte, una por diez.
.
El cuerpo es sólo una serie de pistas
dispersas, sin sentido. Un conjunto que se va vaciando poco a poco en síntomas.
Fragmentos desordenados. Corrijo: añicos. Corrijo: borramientos. Hable con alguien. Todo en el
universo está hecho del mismo material,
incluso el tiempo. Busque ayuda. Todos
en esta sala estamos despareciendo. ¿Quién
es el último? Dicen que cada respuesta a una pregunta es una nueva
pregunta. Pero no se quede sola. Eso
también es algo que nos une: todo estamos buscándonos las huellas o haciéndonos
preguntas. Todos estamos esperando que por fin aparezca eso que no podemos ver.
El amor, su desaparición, siempre nos demuestra la circularidad del mundo.
Desaparecer es hacer visible el mar en las piernas. Ver
pliegues en el cuerpo. Lo inadmisible en la realidad. Resulta que se da permiso
de ver lo que nunca fue preciso poder ver.
Enseguida a mí, un hombre, keniano,
padecía acrofobia. Sólo podía ver hacia arriba.
Tenía la mirada en blanco. La gente suele decir que las cosas no son
sólo o blanco o negro. Las cosas que no alcanzamos a se ocultan en la delgada
línea que separa esas dos tonalidades. Hay cosas, estoy segura, que él podía
ver.
¿Quién
es el último? La señora es la última. No, el joven de gorra es el último.
¿Quién es el último? Yo soy la última, el negro llegó después. ¿Cuál negro,
señora? Ese negro que está ahí, volteando nada más para arriba. Señora aquí
nadie es negro ni blanco, todos somos iguales.
Así es como acaba el mundo: no con un
estallido sino con una fila. La punta de una fila que no se sabe si es el
principio o el final. Comenzar o terminar de desaparecer.
Ingravidez.
Usted padece de ingravidez. ¿Qué
no tenía el corazón roto? La ingravidez
de un cuerpo es ocasionada por la pérdida del corazón. ¿Y a dónde se me
fue? Cuando un suceso es inexplicable, se
hace un hueco en alguna parte. Así que
estamos llenos de agujeros, como un queso gruyere ¿Esto es psicoanálisis? Agujeros dentro de agujeros.
.
Agujeros dentro de agujeros.
Puntos. Finales.
Como toda derrota, la angustia es muda:
porque enreda el paso del tiempo. A eso le llaman también nudo en la garganta.
No hay causa reconocible de este nudo, sólo efectos. Flujos turbulentos,
entrecortados. Entre cortados. Se corta la respiración o el corazón se sacude.
Se ha roto. El desamor es esta ingravidez. La invitación a desparecer. Un gesto
amable de borramiento. Llegar al paroxismo de las cosas. Es en los límites –en
las orillas- donde las cosas tienden a desdibujarse.
Garganta rota
Pierre Soulages |
La física del terror
importa menos
que la lluvia de hoy
con sus sirenas
estrellándose bajo
el azul desbanda
su garganta rota
por la fiebre
la lluvia de hoy
mancha una calle
antes de la noche
los ojos
mal abiertos
en la fatiga
unas ganas grises
de que pase algo
por fuera de la posibilidad
de la luz
importa menos
buscar la calle
bañarse lento
contra el grito impronunciable
total
ya callaron su peso
de cuerpo absurdo
a repetición
la física del terror
importa menos
en la transparencia idiota
buscar la luz
y deslumbrarse.
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