Me iría a dormir pero para qué si casi no tengo
cuerpo. ¿De qué oficios descansaría? ¿Entre qué desgastes subiría la noche?
¿Amanecería después? No hay última luz en la soledad, todas pueden estar
encendidas. O ser el pensamiento los pasos torpes en una casa a oscuras. O la
vigilia una fórmula tortuosa de la quietud.
Lloro con las entrañas apretadas para romper contra
ellas el espanto. Lloro jadeando contra el aire y lloro con una vena de la
frente donde un río desborda su cauce. Lloro toda la muerte que arrecia y nadie
lo sabe. Nadie sabe cómo lloro. Nadie sabe que así sobrevivo a la ausencia de
las cosas. Sobrevivo llorando ser una cosa más, inadecuada. Como ese vestido
que alguna vez usé para alguien y ahora está enterrado en una caja, enterrada
en una baulera, enterrada en un depósito donde quedé yo. Enterrada.
Y esa parte enterrada que me queda mal, que
cualquiera puede ver incómoda, desparramada en mis ojeras, en la película ocre
que me nubla los ojos, esa parte habla a través de mí, me calla el deseo, me
quita del universo. Funda un otoño detrás de las puertas de la piel, en
clausura. Y voy con eso que me tironea la risa y pone un olor a fiesta de
provincia en mis manos. Voy a sentarme cerca del lugar donde me senté ayer.
No hay comentarios:
Publicar un comentario