No lo pidas. No es necesario. No
voy a olvidarte. Llevo conmigo ovillado entre imágenes borrosas el verano
tardío y sus largos atardeceres arrebatándome la tristeza más antigua que mi
cuerpo. Y la mirada aquella, única, cuando salías de mí para volver, esa mirada
con islas de piedra y barcos, muchos barcos. Así, al aire todo, las ideas sobre
lo posible y lo desaconsejable, la impronunciada fórmula de lo que hacías con
lo que yo hacía, parecido a lo que la lluvia hace con la tierra, a lo que la
tierra hace con las flores. Los elementos fueron nuestros. No voy a olvidarte.
Juntos conocimos el revés de las sombras, las mezclamos hasta perder el mundo.
Y tan lejos nos fuimos que para volver fue preciso insultar las alturas,
propiciar el desgarramiento del tacto, mentir el día. Aparto apenas de mis
párpados lo que yo hice con lo que hiciste cuando derrumbamos los cielos,
semejante a lo que los lobos hacen con sus presas, a lo que las presas hacen
con la vida en su cándida distracción. Pero fue sabiendo casi sin saber. No lo
pidas. No voy a olvidarte. Ella me cobra la saña del amor. Renunciado ese lugar
móvil donde nos salvábamos, aquella tristeza que borraste con un soplo,
implacable, se queda conmigo.
Imagen: César Prada. |
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