Solemos pensar el hacinamiento en asociación a la
pobreza, pero implica también a los habitantes de los populosos edificios de
departamentos de Almagro, Villa Crespo, Caballito.
Cuarentón, separado, analista de sistemas y devoto
en la auténtica fe de la Iglesia Evangélica; Perdomo adquirió sin proponerse el
hábito de espiar a través de los resquicios entre las varillas de la celosía a
una joven del sexto C, algo excedida de peso y rubia, y que a decir de Perdomo
ejercía una conducta licenciosa viernes y sábado hasta altas horas, sin
siquiera cerrar hasta lo último su persiana para silenciar la posibilidad de
imaginar el retorcimiento de los cuerpos.
Esta obscenidad impredecible, vecina, invasiva, lo
malhumoraba y predisponía a actuar con una inusual violencia verbal hacia sus
hijos y aún en el trabajo.
Camino hacia un obsesión que conquistaba desde la
sombra hasta los pequeños quehaceres de su existencia, consultó a un
psicoterapeuta, recomendado por su ex, con quien mantenía una cordial relación,
y que tras el divorcio comenzó a estudiar Psicología en la UBA.
En terapia, Perdomo aprehendió o construyó la
noción que así como los sentimientos guían las conductas, esta vía es recíproca,
y de imponerse actuar de manera sosegada, fría, indiferente, como si las
imágenes, las reales y las presupuestas, no le trastornaran: y así lograr que
de hecho ya no le perturbasen.
Con música new age en el reproductor de la PC y el
mate y la pava sobre el banquito de madera, espiaba ahora con el ánimo
voluntario de un zoólogo observando sin pasión una larva.
De más está decir que Perdomo extendió esta técnica
a otras aristas de su vida, y que le acompañó en general el éxito en sus
emprendimientos, incluyendo la reconstrucción de su matrimonio.
De la chica rubia y acaso obesa, de moralidad
liberal, se sabe fue hallada asesinada en su departamento víctima de una sola
herida limpia de cuchillo en su seno izquierdo, y que nunca se hallaron
indicios que permitiesen si quiera imputar a alguien.
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Obra: Kaveh Hosseini |
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