A la tribu
ricotera.
Nunca fueron
ni serán patéticos viajantes.
“No quiero
la terrible limitación del que vive
tan sólo de
aquello capaz de tener sentido.
Yo no:
quiero una verdad inventada...”
Clarice
Lispector
La Piba era flaca, pero un día
engordó un poco y vomitaba más. Así se enteró que el Medio ya estaba en ella,
no sabía muy bien quién era el afortunado padre, pero hay cosas que importan
tan poco a veces, así que el Medio llegó a su vida mientras Luzbelito jugaba
con las sirenas. Un poquito le dolió la idea de no ser tan libre, sobre todo
ella que vivía con el bolso hecho esperando el lugar adonde su vagabunda idea
de conocer al Indio la llevara esta vez.
El Medio crecía y las
necesidades quedaban flacas como la Piba. Alguna amiga le dijo que el Indio era
gustoso de las chicas que trabajan con sus cuerpos, entonces la Piba no lo
pensó dos veces y empezó a laburar en un puterío de mala muerte en el norte. La
primera vez fue amable y hospitalaria, después empezó a darle un poco de asco
tanto tipo descuidándola y sobre todo el ver pasar los inviernos sin que el
Indio asomara las narices. Cambió de boliche por uno más céntrico con la misma
esperancita y unos mangos más en el bolsillo. Acá, nene, es donde la historia
se pone gorda. Porque un flaco pelado y de anteojos negros que se hacía llamar
El Lobo la acamaló y empezó a mimarla por bonita y por loca. Porque todo el
mundo creía que la Piba estaba loca. Hasta el Medio la miraba con ternura
empezar a tapar arruguitas girosas, rouge rojo porque esta noche no se sabe.
Nunca se sabe, Medio, cuándo va a aparecer. La gente famosa es así, están muy
ocupados. Y yo voy a ser la mujer que lo acaricie, que lo cuide de tanta
mierda.
Parecía una plegaria triste,
pero ella estaba convencida de su destino. Se lo contó al Lobo, porque sí.
Porque a todos los hombres que abrigó en sus piernas les decía lo mismo. Alguno
se reía, a la mayor parte no les importaba que los atendiera con los
auriculares puestos. Una puta con su orgasmo caprichoso es más que varias putas
que conozco.
El Lobo la escuchó. Y la
escuchó. Hasta que un día le dijo al oído:
- Yo te puedo presentar al
Indio.
- No te creo.
- Sí, Piba. Lo conozco hace un
par de años. Salíamos juntos, aunque ya no sale mucho…
La Piba le saltó al cuello con
unos ojitos llenos de lágrimas que hubieran apedreado a cualquier corazón. Lo
besó y lo amó sinceramente. El Lobo se fue, no sin antes decirle que mañana a
las 9. Mañana a las 9.
La Piba, te imaginarás, festejó
toda su jornada laboral. Hombres rudos y duros disfrutaron una ilusión que no
sabían suya ni ajena. Esa noche era la reina porque mañana a las 9.
El Medio la vio irse apurada
aunque faltaban dos horas para la cita. La Piba lo abrazó emocionada y montó su
jean más ajustado. El Lobo la esperaba en la esquina de la plazoleta y
arrancaron por la ruta con el estéreo al mango.
- ¿Falta mucho?
- Un poco, como dos kilómetros.
Prendió otro cigarrillo y dejó
que el humo le lastime la garganta. Con los ojos cerrados respiraba el tabaco y
se imaginaba el impúdico momento que le esperaba. El coche desaceleró y ella
prefirió estarse así, en ella misma. Sintió la frenada suave y despegó los
ojos. No había un caserón, ni una casa, ni un tinglado. La noche era densa y no
se podía ver mucho más allá. Extrañada, trató de incorporarse en el asiento. Un
derechazo la dejó atontada. Trató de volver a abrir los ojos mientras lo oía al
Lobo repetir “ahora vas a ver al Indio”, mientras forcejeaba con su cinto.
Intentó nuevamente levantarse pero el Lobo ya la tomaba por el cuello con una
mano, mientras la otra le reventaba la remera. Quiso llorar o dejarse hacer.
¡Pero la indignación era tan grande! ¿Por qué? ¿Por qué le había mentido así?
Las lágrimas al fin nacieron y pudo ver a este Lobo comiendo donde no estaba
invitado. Debajo del asiento tanteó algo duro. Una barreta, dijo el perito
forense, y esto es así, nene, a las putas nadie les cree que las violen. Tres
años a la sombra con el Medio tan lejos y sin mamá.
En la leonera conoció a Lola,
que la cuidó y la acarició lo suficiente como para sentir el amor dulce.
Masturbándose al son de los rocanroles, los días pasaron un poco menos fríos.
Cuando el abogado dijo que le daban la condicional, Lola lloró amargamente. La
Piba la consoló con visitas que sabía que no eran mentira. “Violencia es
mentir” dijo el Indio. Vaya si ella lo sabía.
Obra: Moony Khoa Le |
Esa mañana se sentó en este
mismo bar, nene. Allá, cerca del mostrador. Untaba una medialuna en el café con
leche cuando la vi. Ajada y tensa. Me acerqué cauto y me sonrió. Ella sí que
tenía la magia en los ojos. Me dio cosa llorar, al fin y al cabo, ella era la
que había padecido y yo solamente la había esperado.
Le convidé un pucho y terminó el
café de un sorbo. Me contó de Lola y sus amigas. Del Lobo de mierda que ojalá
no descanse en paz en ningún lado.
- Piba, no sé si es el mejor
momento para contarte, pero no aguanto.
- ¿Qué cosa?
- Yo ya sé dónde vive el Indio.
Largó una carcajada que me
asustó un poco. Me miró con ternura, claro, para mí la vida estaba como
guardada esperando este momento. A ella la misma vida le había dado un baile
inolvidable.
- Medio, me estás jodiendo
- No, Piba, un amigo mío me dio
la dirección hace unos meses. Yo lo busqué mucho…
Se levantó de un salto y me
abrazó. Por un momento me hizo sentir chiquito, ese chiquito que la miraba irse
tan hermosa todos los días hasta el día que no pudo volver. Y las cartas
trayéndome dibujos y faltas de ortografía. Tanto amor no cabe en los
diccionarios.
Nos miramos absorbiéndonos el
alma. Salimos del bar y frené un bondi.
- Andá. Está empezando a llover.
Andá, carajo, a tocarle el timbre a ese hijo de puta y volvé para contarme
rápido.
Me besó la frente. Beso sin
rouge y sin tristeza. Viajó dos horas y media sin frenar. Se bajó donde le
dijeron y caminó unas pocas cuadras. Las manos le temblaban de frío y ansiedad.
Buscó el papel con el número y se paró frente al caserón. El corazón se salía
del cuerpo, por eso cruzó enfrente y trató de guardar las imágenes que se
agolpaban en sus ojos. Los cerró con fuerza para fumar mientras la lluvia ya
golpeaba con rabia el asfalto.
Pensó en el Medio, la puta
madre, de tan pibito y ya fumando. Y qué querés. Mirá que la vida es ingeniosa,
carajo. ¡Mirá vos, donde viniste a parar, Piba! ¿Y qué vas a decir cuando
toques el timbre? ¡Qué se yo! ¡Qué importa! Pero, mirá vos, tanta malaria,
tanto dolor y al final un amigo del pibito… ¿Será verdad?
Pensó en la Lola, en el Lobo.
Reputísimo Lobo. Y en el Indio. ¿Y ahora?
Dudó un poco. A esa hora y con
esa pinta, seguro le llaman a la yuta. Pero la vida no la iba a poner enfrente
de sus sueños para que los dejara pasar.
Tomó aire y apretó los ojos.
Ahora o nunca. Como el delantero que va a patear el penal de la Copa del Mundo.
Ahora o nunca. Vas a ver Indio cómo me llueve el amor que te guardé. Ahora o
nunca.
Tomó carrera y corrió con la
mano extendida para no apichonarse frente al timbre.
No pudo ver el Mégane que ya
había acelerado. Un vecino llamó a la ambulancia. No había ningún apuro.
La lluvia puede caer tan
cruelmente a veces, nene.
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