Despierto
en el monasterio, antes del amanecer, aún conmigo la imagen del músico chino
con su instrumento, contra la pared de un túnel del metro de Madrid.
Las
personas arrojaban sus monedas, sin detenerse.
¿Un
anciano chino sonriendo con humildad bajo esa metrópoli tan bulliciosa?
¿Un cliché?
Pero a medida que el sonido
avanzaba, la ciudad entera comenzó a transparentarse en mi mente,
deshaciéndose, como una vieja calcomanía que cae en un arroyo.
El violín tenía una sola cuerda.
Pero esa única cuerda encerraba
la totalidad del Ser: puros, sin Historia, el amor el miedo el dolor la
felicidad la tristeza, en ese único sonido de esa sola cuerda.
No el mítico río sino el viento,
el que borra los instantes, el que resbala por las
centurias.
El viento que no logran cubrir
las campanas ni los cánticos de los monjes.
El viento, que ahora escucho
zumbar oscuramente contra la ladera de la montaña de Leyre, es su contracuerda.
Un solo arco une a ambas.
Foto: Andrea Galvani |
Saludos Claudio, Soy Iñaki tu ex compañero de estudios.Nos dedicamos a cosas parecidas.yo tb escribo.estuve con Fernando Cermelo y me comentó de vos.Abrazo.
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