a ella (antes) le gustaba el peligro, o eso dicen.
Estrellaba los viernes contra las ventanas. Y se comía la mañana del sábado.
Ella (antes) era arriesgada, te hubiese hundido su taco en la garganta. Cortado
tu aliento en julianas finitas. Desbocada, dominante. Y vos ahora, de esa miel
un recuerdo. Las muñecas tajeadas por no oírla
ella canta sobre la parte alta. La pajarera abierta
por lo bajo. Así capturan a los jilgueros sobre los alambrados. Ella se vuela.
Te mira desde el trapecio de las hojas, se balancea sobre el mar de pampas.
Rebelde contra la tarde que no hinca el pico. No te suelta. Tu corazón en la
mira queda seco
hubieses querido ser el blanco, arrodillarte bajo
un tendal de estrellas, pedirle que dispare. Que te toque la sangre con la
punta del dedo, que la pruebe. Rojo el labio. Morderla. Hacer que grite, que te
diga por qué, de qué otro modo, que justifique la mirada ausente, el desenfoque
de sus ojos, que te mienta. Abrazarla como a una niña loca, tocarle los días
que le faltan. Y que gatille
Vestida de primera comunión, flaca como una línea,
riéndose como si lo creyera. Cubrirle el vestido crespo y blanco. Decirle otra
vez que es hermosa. Dejar que se haga flor y que destile. Que enrojezca de amor
y que las piernas. Y se abra al milagro de templar. Nupcial, lujosa, hecha de
lluvia eléctrica. Tremenda
Ralph Brown |
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