El ocaso simula no entender el eterno drama de la
tarde que no quiere partir. Y el viento, una gélida música implacable, se le
ríe en la cara.
No es ave totalmente libre aquella que vuela en
círculos chatos o planeando en térmicas del pasado. Entonces se fue, partió, se
apagó. Un blanquecino y luminoso espíritu le cambió su plano de existencia, su
dimensión comprensible. Pleito antiguo el de la muerte. Tanto… que nació con la
primera vida.
Se murió tranquilo, sin causas aparentes.
Simplemente le pareció oportuno hacerlo en ese lugar y ese momento. Sería ese,
su primer día sin su despertar. Las personas y los amores no mueren de causa
naturales. Unos mueren del último mal y los otros, del último olvido.
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