Es un pedazo de costa difícil. La
de los acantilados quejosos, donde el viento no sopla, siempre aúlla. Los que
te confunden para que nunca sepas, si mueren en el mar o nacen desde él. De
noches escalofriantes con cielos siempre cargados de nubes como crespones. Un
lugar donde solo sobreviven la espuma, los peces oscuros y el viento helado.
Tan violentas las olas como ilusorias; se parecen a las ilusiones, simulan que están llegando y
solo se están rompiendo. Es difuso el rastro del oleaje. Ni hablar de las
ilusiones. En ese pedazo de costa puedes escuchar ruidos desesperantes y
silencios aterradores. Son lamentos de
los injustos que se pierden con la borrasca en su estela de interminable
ausencia. Un pájaro temerario se recorta blanco contra el negro firmamento.
Planea como colgado del cielo. Los acantilados le aúllan y él se adentra en el
mar. Seguramente no se lo volverá a ver. Se perderá en un cielo punteado de
estrellas que hacen eco en un derroche de brillos. Son aleros fríos, los de los
acantilados quejosos. Dolidos por el tiempo, horadados por un filo de espadas
constantes. Mientras tanto, efímeros monstruos derrotados. La noche ya mira de
reojo. El sol se dispone a cantar su gloria haciendo un fuego del día…
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