Era un perfecto gato negro. Era
un perfectísimo gato negro sentado sobre, lo que se cree que podría
denominarse, por remitir o referir algún tipo de mueble antiguo, una cómoda.
Antes, las personas le decían cómoda al mueble que, para ventaja de la familia de
clase media en ascenso, servía para apoyar gatos negros, en este caso, en
algunos otros casos las personas usaban el mencionado mueble para guardar
únicamente ropa. Hay un uso inapropiado del adverbio; quizás debería situarse
éste antes, y hacer referencia al mueble y no a las personas que le daban
sentido de uso al mueble. Los usaban únicamente para guardar ropa. Bien de uso;
se supone que Marx le puso ese nombre y por algo no le puso bien de cambio,
porque así estaríamos frente a un Iván en intento de vender la cómoda como bien
de cambio y no dejando al gato negro apoyado y adornando la sala de estar y en
ese caso la cómoda era un bien de uso porque Iván existía y la cómoda era
cómoda y no era gato ni árbol y el gato negro lo miraba.
Iván había cruzado los dedos y el
gato negro seguía allí, mirándolo como miran los puercos en un corral cuando no
se les da de comer por varios días y entonces creen que atacarán o harán alguna
especie de rebelión en la granja al mejor estilo Orwell, pero entonces, cuando creyó,
Iván, sí, de él estábamos hablando, o escribiendo, cuando éste creyó que la
lluvia no pararía, que el cielo escanciaría agua en la tierra hasta perder toda
su furia en un abrir y cerrar de ojos del universo. Iván creyó eso pero resultó
ser todo lo contrario. El gato negro seguía allí, con su mirada, no hay
adjetivos para la mirada de un gato, que, además de estar quieto todo el día en
una cómoda que es usada de adorno por la clase media en ascenso que el
peronismo hoy dice que le debe las gracias el pésame la Iglesia y la clase
media dice que el Gobierno es montonero y si fuese montonero qué, dice una
amiga que se sienta a mi lado en cada clase de filosofía que compartimos los
lunes y martes en la Facultad de Humanas en una universidad pública creada por
el peronismo. No hay de qué hablar a veces, entonces se ponen a discutir de
política. Como en la mesa de los domingos, dice alguien, pero la mesa de los
domingos es distinta y no todo el mundo tiene una mesa de domingos. Iván seguía
sentado en su silla de madera y pensaba. Nadie sabe en qué pensaba, solamente
él lo sabía. Ni modo que lo sepa el que lee este relato, sería un disparate que
usted se metiera en la cabeza, perdón, en el pensamiento del otro y saber lo
que piensa, ergo, podría crear un sistema en el que los pensamientos pudieran
ser leídos o cifrados mediante causas-efectos y así comprobar el sentido
ulterior de la vida y ser inmortal. La literatura, o mejor dicho la teoría
literaria hizo su trabajo y denominó a esto narrador omnisciente. Ni modo que
pueda haberlo. Aunque las crónicas de antaño enumeren casos en que estos
juglares en extinción fueron aclamados por la crítica en su momento.
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Imagen: Samuli Heimonen. |
Que la lluvia no se hubiese
detenido. Que no hubiese dejado de llover, favoreció y acrecentó las ganas de
salir un poco a la calle de Iván. Ni modo que la calle fuese de él, sino que,
bien ya lo sabemos, eran las ganas. Enseguida se cambia la ropa usada
improvisadamente para dormir y pide un taxi en su puerta. El taxi llega. Iván
sale casi despeinado y vuelve la vista hacia la ventana de su habitación. La
imagina ahora serena y silenciosa, como los castillos viejos que vio en el
documental. El taxi acelera a toda marcha mientras recorre la ciudad que
atraviesa como un flechazo las ansias de Iván. El coche se detiene y busca
asilo en un estacionamiento cercano al deseo de Iván. El deseo se prorroga unos
instantes mientras el cielo se dispone otra vez a llover. Lloverá, piensa el
taxista. No hay indicio alguno de que llueva, simplemente porque aún llueve.
Sin embargo, Iván se baja del coche instantáneamente después de pagarle al
taxista lo que valió el viaje y se dispone a seguir por la senda izquierda
hasta llegar al lugar donde su madre lo espera. Esta vez, si lo reconoce, él
podrá saludarla y hasta podrá contarle sus planes y sus desdichas o sus deseos
o contarle que el taxista fue imprudente al conducir así por la autopista que
conecta su casa con la del hospicio donde ella, su madre, está internada desde
hace cinco años desde los cuales él no ha sabido cómo sobrellevar la situación
con su padre que no reacciona a los hechos mundanos y vive en un mundo de
felicidad absoluta. El taxista toma control nuevamente de la situación en que
se encuentra y se predispone a darle arranque a su coche. No hay caso.
Brrupumpumpu. Brrrrrrrrumpumpumpum. Brrrrrrrr. Nada. El coche seguramente se
habrá averiado o se habrá quedado sin gasolina, piensa Iván. A esto lo sabemos
porque él vuelve, se vuelve hacia el taxista y le pregunta que por qué el taxi
no arranca. Que no lo sé, responde el taxista, a veces no hay porqués.
Iván se apresura. No vaya a ser
cosa que llegue tarde a la hora en que sirven el almuerzo y su madre note la
tardanza. Sería, para ella que ha sido y es tan pulcra, una total falta de
respeto.
Iván, que estuvo atendiendo el
negocio de decoración todo el día, ve cómo llueve y se pone a pensar pero no
podemos saber qué piensa Iván, además sería aburrido leer un relato —si es que
se le puede llamar a esto así— en el que pudiésemos saber qué piensa el
personaje. La literatura no es husmear en los pensamientos de los personajes.
Hace poco, un tuitstar de Twitter tuiteó algunas cosas entre las que se
encontraba el post de un artículo del diario más poderoso de España en el que
se explicaba sucintamente que la construcción de los personajes es lo más
difícil de hacer en una novela. Patéticos. La escritura se rige por la economía
de las palabras —me había dicho Julia cuando caminábamos juntos alguna vez—,
como si estuviese prohibido usar demasiadas palabras para decir pocas cosas.
Hay personas que lo creen. Otras que no. Nunca nos pondremos de acuerdo y no sé
bien por qué; sólo que existe una razón extraña para que nadie esté de acuerdo
con nadie salvo que detrás haya una intención económica o sexual, le dijo Iván
a una clienta que hacía tres días visitaba el local buscando el kenzo que había
pedido con anticipación.
Usted me pone en un aprieto al pedirme mi opinión porque yo se la voy a dar, y tal vez usted no quiere que yo le diga que tiene casi todas las comas mal puestas y que en mi opinión de ceñidora de espada (papel que usted me otorga) este texto necesita unos cuantos tijeretazos y un poco menos de pose. La historia es estupenda, así que cuéntela y ya. Corte sin miedo, no pretenda ser ocurrente porque ya lo es, quite la paja y lo cortaziano y omnisciente y el peronismo y Twitter y hablamos.
ResponderEliminarMe gusta: La literatura no es husmear en los pensamientos de los personajes. Me gusta: Porque Iván existía y la cómoda era cómoda y no era ni gato ni árbol. Me gusta: un gato perfectísimo. Me gusta: esa Julia innecesaria y certera. Me gusta: existe una razón extraña para que nadie esté de acuerdo con nadie.
Cariños,
Lou