"...esos hombres sobre los cuales,
reconózcanlo,
solo tienen la superioridad que da la fuerza."
Antonin Artaud.
Así es.
Y Ellos lo saben.
Saben que nos pertenecemos de
alguna extraña forma.
Saben que los veo con claridad.
Sus pupilas los delatan.
Un aura colorida y somnolienta
los deja al descubierto ante mis ojos.Ellos, también me ven.
Me buscan en la calle. En las
paradas de colectivos. En las guardias de los hospitales. En una multitud de
extraños, Ellos, los locos, saben encontrarme. Se sientan a mi lado con cajas
de bombones a contarme ese extraño ruido que hace el motor de sus cabezas que,
sin embargo, nadie, excepto Ellos, escucha. Me invitan a saltar la soga en
plena Avenida. Provocan tempestades de cariño, inexplicables. Inconsolables.
Saben que los protejo, que soy su
ángel guardián. Me reclaman y ya no les huyo.
Acaricio sus cabezas repletas de
ternura. Les gruño jeroglíficos para que respeten mis horas de no-ángel. De
pueril obrera. Los oigo caminar hacia mis espacios, avanzando en hordas
tristísimas. Sojuzgados por una realidad incomprensiva que los expulsa, los
encierra, los medica. Aunque estas dos últimas afirmaciones sean una sola, tal
vez. Y queden para siempre encerrados en la medicina. Buscando pájaros entre
los barrotes de una ventana. O un árbol.
Ellos siempre supieron de mí, en
cambio yo tardé en reconocerme. Para mí era natural abrazar a un extraño para
calmar su llanto, acariciar sus caras y discutir con las autoridades presentes
el derecho pleno de llorar en la calle. De mostrar las entrañas al universo
cuando no se pueden esconder más. ¿Por qué habría de ser de otra forma? ¿Qué
les pasa a los adultos serios y responsables cuando eligen espetar un dedo
índice inquisidor sobre un chiquito perdido en el cuerpo de un señor grande?
Porque Ellos son chiquitos,
perdidos, maltratados, dentro de un cuerpo enorme. En una realidad más grande
aún. Que los engulle. Que los asusta.
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Imagen: Laurent Debraux. |
Ellos
Los que se pierden en los bosques
encantados del Montes de Oca. Los desalojados del Borda. Los amigos del Alvear.
Ahí donde un muchachito escuchaba
música y se acercó a pedirme un cigarrillo como excusa para susurrarme al oído
"No te olvides que este es el único lugar donde el cliente nunca tiene la
razón".
Y sonrió.
Una sonrisa de arco iris.
Cerrando sus ojos para imaginar otro día de sol. Lejos de tantas rejas. En una
calle ancha avanzando las hordas de locos. Pintando a chorros de colores todo
lo que se interponga a su paso. Levantando a carcajadas los peones caídos de
este ajedrez patético. Empujando los límites de la belleza.
Desafinando roncos "I Will Survive"
Oh, yeah, my darling.
I Know...
I Will Survive.
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