Fui por la noche al Muro.
Le dije:
- Viejo guardián del
mítico río, hazme compañía.
Vi crecer su doble sombra
sobre el Norte separando un cuerpo de otro, un pensamiento de otro,
protegiéndolos hasta secarlos entre sus venas de hierro retorcido.
Vi su extensa operatoria en
dirección a la suma, de un lugar a otro, de un tiempo a otro, de un movimiento
a otro. Lo vi cerrarse sobre nosotros para salvarnos de los otros, como un
brazo más intenso que nos indica el único camino, un hombro circular, nuestra
carga protectora, un sólido mantra contra la interminable recta de la desmesura.
Crecía sobre cada uno para
extraer el día de la noche, la verdad de la mentira, el amor del miedo.
Sonábamos estirarse su extensa letra hacia lo permanente, salvándonos de lo
incierto.
Pero avanzó la noche sobre
el Muro.
Toqué su piedra para
descubrir que era idéntica a la mía.
Y cuando a través de sus agujeros ya se oía el clamor de la ciudad, en una helada gota vi oxidarse un reflejo sobre las puntas del futuro.
Y cuando a través de sus agujeros ya se oía el clamor de la ciudad, en una helada gota vi oxidarse un reflejo sobre las puntas del futuro.
Jean Gourmelin |
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