el perro se acercó despacio;
con
las orejas retraídas,
olfateando
desde lejos todo lo que yo
tenía cerca.
me miró mudo; te miró
callado
sacó la lengua para chuparte
los dedos;
y abrió la boca en un
gemido.
estiró el hocico, levantó
las patas sobre tu cuerpo,
se acomodó nervioso
sabiendo que el muerto viene
después de la muerte
pero antes de morir.
entonces te miré fijo
acepté el gruñido
(que no fue nada “porque no
es nada”)
y descubrí las cuentas del
rosario en tu mano
la cartera en la silla, el
perfume, los zapatos;
todos los vestidos que no
ibas a ponerte;
y uno solo
en el perchero del armario
con un hexápodo de lavandina
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la eyaculación pálida
era la regla de tu excepción
el silencio
haciendo pleonasmo.
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cuando por fin te arranqué
la carne
descubrí que tus huesos eran
peones blancos de ajedrezBen Tolman |
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