Habías venido del Chaco. No le diste muchas
explicaciones de tu vida a papá, pero él vio que eras una buena persona. Te
contrató enseguida para criarnos y ocuparte de la casa, porque mamá nos había
abandonado. El tampoco nos dio muchas explicaciones sobre por qué se había ido;
alguien nos dijo que la había seducido la revolución cubana y nunca recibimos
ni una carta. Una vez te conté eso y me dijiste que seguro que se acordaba de
nosotros, que a veces la gente grande
hacía cosas que ni ellos sabían bien por qué, más llevados por la vida que por
otra cosa. No entendí demasiado en ese momento, hasta que las
circunstancias se presentaron.
¿Te acordás cómo nos hiciste asustar esa noche, cuando saliste corriendo
de casa hasta la estación abandonada, y
nosotros detrás tuyo repentinamente contagiados de tu pequeña rebelión? En el
medio de la noche se escucharían nuestros gritos llamándote “Mabel, Mabel”,
pensamos que ibas a hacer algo terrible, no sabíamos muy bien qué. Te
encontramos sentada, como una falsa Penélope, en la estación abandonada. Un par
de vecinos se asomó por el batifondo, pero vio que éramos la familia González y
en seguida volvieron a sus cosas. Esa noche en la estación abandonada,
estábamos todos encima de vos y no
parecías preocupada por esto, al contrario, se te mezclaba el llanto con
algunas risitas. En principio
fantaseamos, como todos los chicos, que la culpa de tu llanto y de tu huída era
nuestra. Seguías llorando, te miramos las manos ya gastadas y las piernas lindas sin medias.
Eras de la familia, participabas de las reuniones políticas y de las
fiestas (y hasta una navidad elegiste pasarla con nosotros y no con los tuyos,
por razones que callaste).
En casa siempre se hacían las reuniones del grupo, todavía no había pasado a la clandestinidad.
La catástrofe se había iniciado cuando te enteraste que el tío Nestor se
iba a vivir con la menor de las Ezcurra.
Estabas haciendo la cena y de golpe saliste corriendo como si hubieses visto al
mismísimo diablo, como decías vos. Entonces se supo que habías tenido alguna
historia romántica con Nestor. Era el hermano menor de nuestro padre que discutía siempre con él, sobre lo que
llamaban los distintos frentes del peronismo.
Estarías impactada por las
hermanas Ezcurra, estudiantes universitarias al lado de tu escuela primaria sin
terminar. Las chicas estaban siempre
detrás de Nestor, encantadas con sus discursos y dadas, ellas mismas a hablar
todo el tiempo, usando palabras como heterodoxia, mientras prendían otro
cigarrillo. Así que poco te miraría nadie a vos, supusimos nosotros, de
antemano celosos de que algo así pudiese pasar. Y ahora entiendo el día que te
encontré mirando un libro de Sociología, ¿o era sobre las Tesis revolucionarias
de Mao Tse Tung? Querías aprender algo de lo que hablaban en las reuniones, y
que a vos te concernía más que a nadie sobre todo cuando se trataba de clases
oprimidas, igualdad social, proceso revolucionario; cuestiones que no entendías
teóricamente sino en carne propia. ¿Nestor se acercó a vos con la excusa de
enseñarte esos ideales revolucionarios o
fue más brutal, como el que se cree con derechos sobre la linda empleada de la
casa?
Por lo de ustedes papá y Nestor
se gritaron más que cuando discutieron sobre la actitud que tenían que tomar
ahora que Perón les había soltado la mano y les reprochaba una violencia
espuria. Nuestro padre le dijo que sus aventuras las mantuviera fuera de casa y
no con la chica que nos criaba, el tío dijo que las mujeres eran dueñas de sus
cuerpos y que podían hacer lo que quisieran, que nadie había obligado a nadie y
entonces mi padre le dijo que vos tenía quince años y el tío Nestor ahí no le
contestó nada.
Sabés, meses después al tío Nestor lo mataron en la esquina de San Juan y
Entre Ríos y papá tuvo menos suerte, murió un poco después, por miedo y por un ablande que le hicieron en la
comisaría de las Flores.
Nos vino a buscar una hermana soltera de papá. Con ella estuvimos hasta
que cada uno cambió su rumbo. Ella no era como vos, pero no teníamos otra
salida. Cuántas noches soñé con tus abrazos antes de dormir, como nadie me lo
daba, yo me ponía de costado, rodeándome con mi brazo derecho, con mi mano bajo
mi cabeza, en una costumbre que tengo hasta ahora. Carlos se fue a Méjico, y se
comunica poco con nosotros, como si fuéramos un quiste, algo a extirpar.
Fernanda hizo una carrera exitosa y vive sola. De mí no se puede decir
demasiado, como el hermano mayor ni me fui ni me permito flaquear demasiado, como
si tuviese la intuición de que alguno de ellos me puede necesitar. Elegí
estudiar veterinaria, una carrera alejada de cualquier discusión política. Tengo
una pequeña veterinaria, es un lugar más que seguro. Cultivo la amistad con
recelo y prefiero quedarme en casa mirando una película.
Esa noche cuando escapaste corriendo de casa y nosotros detrás tuyo, te
convencimos de que fueras con nosotros. Pasamos por la basura que se pudría en
la acequia, el lugar estaba abandonado y daba miedo. Para mí fue como un mal
presagio ese agua estancada, ese olor a podrido. Y te metimos de nuevo a la
casa, como si fueras una ladrona, no la pasajera del tren que no pasaría. Con
la misma ropa seguiste haciendo la cena para todos. El terror del golpe militar
había silenciado la pelea de papá y Nestor por lo de ustedes. Esa noche comimos sin decir palabra alguna, tanto
fue así que papá nos dijo si nos pasaba algo, para sacar la cena de aquel
silencio de tumba. Dijimos que no
casi al unísono. Carlos y yo en voz alta y Fernanda negando con la cabeza, con
las trenzas que le habías hecho devotamente, mirando el plato de sopa, como
alucinada por un descubrimiento. Entonces dijo:
-Yo nunca me voy a casar.
Después de un silencio mayor, todos, hasta vos, se echaron a reír. Yo
permanecí alejado, observando el conjunto. Ese día la desarmonía del mundo nos pareció
arreglada para siempre y nos fuimos a dormir, cansados por las novedades,
mientras vos preparabas tu valija, despidiéndote mentalmente de cada uno de
nosotros. Después al día siguiente, cuando vimos que te habías ido, armamos una
escena digna de una tragedia griega, lloramos, lo increpamos a papá, al tío, la
tildamos de maldita a la flaca de las Ezcurra que lo había enamorado a Nestor,
dijimos que te íbamos a buscar. Carlos armó una valija con ropa y papá lo hizo
desarmarla y le ordenó dejarse de joder. Así le dijo. Al rato por la radio
dieron a conocer el comunicado número 1 de la Junta Militar. Luego los hechos
se fueron desencadenando más o menos como te conté, y cada uno, como bien me dijiste aquella vez,
hizo lo que pudo, más llevado por la vida que por otra cosa.
Violeta Lopiz |
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